Ese personaje es de cartón
Uno de los retos a los que se enfrentó el admirable Christopher Reeve al interpretar Superman era adaptarse a esas dos dimensiones que tenia el papel, la de un apocado periodista por un lado y la de intrépido superhéroe por otro. La diferencia cuando se transformaba no consistía solo en entrar en una cabina y ponerse la capa. Eso hubiera sido demasiado fácil y, por muy ingenuos que seamos, no nos lo hubiéramos creído.
Como atesoraba tantas virtudes interpretativas, Reeve pulió su madera noble de actor para conseguirlo y desplegar ante la pantalla las dos manifestaciones de una misma personalidad, en modo hombre corriente que trabaja en un periódico, Clark Kent, y por otra la del hombre de acero lleno de poder. Leyendo una biografía me enteré de uno de los trucos que utilizó. Ese truco que usó para que se notara la transformación interna de uno a otro consistía en que cuando actuaba como Clark Kent, timido y reservado, se movía imaginando que era como una marioneta cuyos movimientos se controlaban con unos hilos que manejaban sus brazos y sus piernas. Esa imagen mental funcionó y sirvió para que el periodista cohibido se moviera en escena de una forma muy distinta a cuando se viste la capa. No basta por lo tanto el vestuario. El actorazo Chritopher Reeve, para mi el Superman genuino y definitivo, insuperable, explotaba sus talento interpretativo para ponerse en la piel de un superhéroe con doble personalidad. El resultado salta a la vista y deslumbró. Sabes que es el mismo, que uno y otro son la misma persona, pero aparte de su disfraz, algo más sutil diferencia a Clark Kent de Superman. Nada de imágenes generadas por ordenador ni tecnología de efectos especiales podían lograr este efecto, que dependía de su habilidad como actor y ese truco de moverse como una marioneta pendida de unos hilos funcionó de maravilla.
Se me vino a la mente la brillante actuación de Christopher Reeve en Superman cuando daba vueltas a la cabeza sobre la forma de construir un personaje literario, no un personaje cualquiera que se presenta en las páginas con un nombre, sino un auténtico personaje, uno que tiene un soplo de vida y que tiene tanta fuerza que incluso puede llegar a dominar al escritor que lo ha creado.
Igual que los actores, las escritoras también tenemos trucos y los empleamos con más o menos suerte cuando los aplicamos ante el reto de una página en blanco. El contacto con otros escritores mediante las redes sociales también me sirve para ir aprendiendo sus trucos y, si me convencen, incorporarlos a mi repertorio particular. Hay uno que no me interesa pero que he visto en redes. El de los autores que al crear un personaje más que por su creatividad se dejan llevar por el azar y buscan que sea la suerte la que decida aspectos como su nombre y se dirigen a sus seguidores en internet para que sean ellos los que decidan como se va a llamar. Esto en el fondo es una forma de tratar despegarse de ese personaje, dejando su destino a suertes, para que reciba ese soplo de vida tan difícil de lograr que sólo está al alcance de los más grandes.
Cuando escribo no parto de un escenario a partir del que se mueven los personajes. Primero aparece el personaje y a partir de ahí se crea todo un mundo alrededor en el que se desarrolla a medida que transcurren las páginas. Sin querer, estoy desvelando quizá mi forma de percibir la realidad, muy subjetiva, pero no importa porque estamos en confianza y me siento escribiendo estas línea para compartirlas.
Lo peor que puede ocurrir al forjar un personaje es sin lugar a dudas el cartón piedra. Te pones delante del ordenador o tomas un boli y un folio y escribes un nombre al que le atribuyes acciones y una forma de hablar, pero le falta vida, no es natural. Conclusión, eso no es un personaje, sólo es un nombre que arrastra unas palabras.
Sé que para que un personaje cobre vida en las páginas necesito algo más, una psicología, un carácter que le de esa naturalidad tan necesaria. Es fácil decirlo, claro está, y por supuesto que le doy a la tecla de borrar, esa flecha a la izquierda que borra todo lo que se encuentra a su paso, y claro que me puedo frustrar, estrujando el folio, haciendo una bola que termina en la papelera porque el personaje no cuajó.
Para bloquear esos personajes de cartón piedra lo que he hecho ha sido aprender de mis propios errores para ir conociéndolos mejor. Tal vez no logre un personaje con ese soplo de vida pero a medida que gano experiencia cada vez tengo más calados a estos personajes acartonados que intento expulsar de mi texto.
No sólo me pasa a mi. Los personajes acartonados abundan, no sólo en literatura, sino también en cine y televisión, incluso en obras de éxito, a pesar de ellos, y cuando me encuentro con ellos los analizo para tenerlos bajo control.
Lo que me ayuda a construir un personaje es entender cuáles son sus objetivos. Todos tenemos unos objetivos en la vida que condicionan nuestro comportamiento, es lo más normal del mundo. A partir de esos objetivos puedo dar forma a un personaje. Ahora bien, mis alarmas se disparan cuando me obsesiono con ese objetivo y cometo el error de crear un personaje unidimensional que, como la tecla de borrar en el ordenador, tiene sus objetivos en la vida meridianamente claros y los persigue como una flecha, con un rumbo fijo. Error, los humanos no tenemos esa claridad para conocer nuestros propios objetivos, algunos de los cuales incluso ni siquiera son conscientes y se persiguen como siguiendo un piloto automático (¿o los hilos de una marioneta como los que imaginaba Reeve al interpretar al periodista Clark Kent). Por muy ambiiciosa que sea una personalidad siempre va a dudar en un momento dado de cuáles son esos objetivos, de modo que esos personajes flecha los desecho.
Otro de los rasgos que carecterizan a los personajes de cartón piedra que pululan en libros, series y películas es su coherencia. Tienen unos objetivos y se encaminan a ellos sin ningún rodeo. Si actúan así es porque son de cartón piedra porque un personaje que ha recibido el soplo de vida de coherente no tiene nada. Incurrirá en contradicciones, incoherencias con esos supuestos objetivos que lo harán más humano y propenso a ganar la simpatía o la ojeriza de un lector.
Mi detector de personajes de cartón piedra también se dispará cuando observó cómo se relaciona con los demás. La alerta suena cuando ese personaje cae bien a todos o mal a todos, sin excepción. Lo peor de este tipo de personajes de cartón piedra es que despiertan una falsa admiración, ya que generan esa falsa expectativa de que caer bien a todo el mundo es posible. Si eso pasa, el soplo de vida ni siquiera lo ha rozado. Son de cartón, seguro.