La antiescritora
Lo siento, pero creo que no encajo en el estereotipo de escritora. Para mí un escritor no es un ser excepcional que redacta desde un pedestal para ser admirado. Soy de esas personas que piensa que todo el mundo, todo, con independencia de sus circunstancias, alberga en su interior un libro excepcional y que sólo la suerte y su voluntad depende de que salga al exterior.
No presumo de lecturas, aunque por supuesto valore el potencial de un libro para adquirir cultura y enriquecerse, faltaría más. Pero no venero los libros como si fuesen una reliquia, nada de eso. Ese estereotipo tan extendido del escritor como ser fuera de lo común creo que obedece a la utilización de la literatura por las élites para tratar de mantener su dominio, instrumentalizando los libros para diseminar una idelogía favorable a sus intereses, y para colmo ha propiciado un síndrome de lo más nefasto. Un síndrome que limita a quienes lo sufren, limitándose a si mismas, y privándoles de sacar afuera todo lo que tienen que ofrecer a lo demás. El dichoso síndrome del impostor.
Esa visión tan majestuosa del escritor, fomentada por las élites, ha provocado que al escribir con vocación de compartir lo que escribes con el público haya que vencer una resistencia, una inercia que te frena en tus avances porque si una se cree ese cliché del escritor como ser excepcional nadie, a no ser que sea muy soberbio, se siente cómodo en ese papel. Escritor es quien escribe y comparte su obra con el público, sin más.
Desprendernos de ese cliché del escritor mitificado, bajarlo del pedestal, favorecerá mucho a la literatura y estimulará la creatividad de quien aspira a serlo.
Tanto ha calado ese síndrome del impostor que auténticos escritores entregados en cuerpo y alma a sus obras literarias no se atreven a identificarse como lo que son, escritores, con todas las letras. Puede que no sean seres excepcionales y que no aspiran a que les levanten un monumento en la Plaza Mayor pero son escritores como el que más.
Soltarse, dejarse llevar, escribir sin más, ensartar palabras, superar el miedo al vacío de un folio en blanco, es imprencindible para dedicarse al oficio y ese estereotipo del literato como ser fuera de lo normal en nada ayuda a conseguirlo.
Dentro de mis posibilidades, me propuse contribuir a bajar a los escritores del pedestal y expresar esta visión de la literatura, como un arte que se manifiesta cuando personas de carne y hueso logran sacar afuera ese libro que llevan en su interior. Ese ánimo me impulsó a componer “Autoayuda para escribir”, una recopilación de reflexiones sobre la literatura con ejercicios creativos. Sé que no estoy sola y que no soy la única que lo piensa. Otros tantos escritores compartimos esta misma visión de la literatura y estamos poco a poco intentando derribar ese pedestal al que las élites han subido a ciertos escritores, o si no derribar al menos erosionar discretamente pero de manera tenaz, como la lluvia sobre la roca.
Esa concepción casi mística del escritor es la que lleva a desacreditar un libro por el simple hecho de ser autopublicado, siendo la autopublicación una tendencia imparable en esta era cibernética. Seamos naturales y aceptémonos como somos. Superemos el síndrome del impostor de una vez por todas. Cuanto antes.