La faja que ciñe los libros
Hoy casi se ve como algo rancio, pero en otros tiempos había Ayuntamientos que imponían una faja de honor a personajes ilustres para reconocer sus logros, todo un distintivo digno de admiración que se ajustaba a las cintura del homenajeado.
Las fajas como tales, las prendas de toda la vida, arrastran una fama de prenda incómoda, un sacrificio que se hace por ofrecer un aspecto más estilizado. Las fajas estilizan, desde luego.
Pero no vengo a hablar ni de protocolo ni de moda, sino de las fajas que agarran las portadas de un libro porque reconozco que me fascinan.
Escribo el artículo ahora, pero la idea surgió hace meses a partir de un tuit del escritor Miguel Ángel Buj, muy cultivado, excelente reseñador de libros y autor de libros tronchantes con un implacable sentido del humor como “La detención de los Reyes Magos” que recomiendo (risas garantizadas).
Buj se viene a cachondear de las exageraciones que se encuentra en fajas de libros. Fajas que directamente si cae en sus manos tira a la basura porque lo que le interesa es el libro en sí, adentrarse en sus páginas para sacarles todo su jugo. Doy el máximo crédito a Buj en literatura, pero en esto de las fajas tengo otro punto de vista porque me parecen un adorno sensacional.
Admito que mi opinión es superficial. Me gustan las fajas como mero complemento. No deja de ser un adorno, pero le da caché a un libro. De entrada, sólo el hecho de distribuir un libro ceñido con una faja demuestra que la editorial al menos quiere impresionar a primera vista.
No reparo tanto en el contenido de la faja en sí (a menudo exagerado o incluso incoherente como observa acertadamente Buj) como en la atractiva presencia que imprime a un ejemplar. A veces ese mero complemento, una simple faja, puede marcar la diferencia entre el lector que pasa de largo y el que agarra el libro y se lo lleva a casa.
Además después suelo usar esas fajas como marcapáginas.
Perdón por ser superficial, pero detalles así influyen mucho en un mercado tan competitivo como el editorial. No nos dejemos engañar por las apariencias. Las editoriales tratan con un género lleno de cultura y sofisticación intelectual como son los libros, pero a la hora de la verdad se aplican técnicas de marketing tan contundentes como las que se emplean para vender un paquete de salchichas o una camiseta de Los Ángeles Lakers y las fajas venden. Ya lo creo que venden. Son un cebo.
Y que conste que ninguno de mis libros infelizmente lleva faja. Ya me gustaría a mí.
El diablo está en los detalles y hay más artificios que ayudan a empujar las ventas de un libro que no tienen propiamente que ver con la construcción de la obra en sí, ni con sus personajes, el género ni su sintaxis. El más inesperado que he visto últimamente fueron unas escaleras. Sí, unas escaleras de la Casa del Libro en Madrid con unos peldaños que en perspectiva formaban la imagen de portada de “París despertaba tarde”, la novela de Máximo Huerta. Fueron un éxito rotundo. Muchos de los clientes de la librería se sentaban en esos peldaños para reposar mientras se hacían una foto y unos cuantos se llevaron el libro a casa. Detalles así, aunque estén fuera del libro, también son literatura e imprimen carácter a un libro.