Lectura a ciegas
Las citas a ciegas no tienen buena fama. Quienes han concertado una no suelen guardar un buen recuerdo o hasta la relatan como un desastre en el que se encontraron con alguien con quien no tenían nada que ver, una pérdida de tiempo, un rodeo romántico que no conduce a nada. Ahora bien, si el amor es ciego, las citas ciegas deberían funcionar mejor de lo que cuentan.
En literatura también surgen citas a ciegas, sobre todo en formato digital, entre un lector que descarga un libro y se lo lee sin conocer lo más mínimo de quien lo ha escrito, incluso a veces sin reparar siquiera en su nombre. Puede parecer raro, pero en el consumo de libros en formato electrónico pasa más a menudo de lo que se cree. Lectores voraces que buscan contenido y devoran libros digitales, sedientos de contenido, sin dedicar apenas atención a los escritores que los crearon. Leen el libro, incluso puede que les guste, y pasan a otro sin acordarse de su autor, algo así como una de esas relaciones fugaces de discoteca en la que los amantes después de desfogarse continúan sus vidas. El clásico si te he visto no me acuerdo.
Por lo que sea, la literatura digital se presta más a este tipo de relaciones a ciegas que la que está en papel. No me extraña. El tacto es diferente. Quien tiene un libro físico entre sus manos mantiene un contacto más íntimo, la piel entra en contacto con sus páginas, literalmente (como es natural). En cambio con una pantalla de por medio la relación se vuelve más fría, más interesada y fugaz. Hasta el inicio de la relación con el libro es bien distinta. Comparemos el elegir un libro después de un acogedor paseo entre los estantes de una librería al acto de hacer click en un enlace que descarga las páginas en formato digital, una retahíla de 0 y 1. Hasta los preliminares de esa lectura se diferencian a fondo.
Será que soy muy liberal, pero esas citas a ciega con mis libros no me molestan. No escribo para ganar popularidad, sino para transmitir un mensaje. Si ese mensaje ha llegado soy feliz, aunque el destinatario no haya dedicado un instante en saber quién soy o cómo me llamo. Tanto me da. Misión cumplida. Lo repito con frecuencia: basta un solo lector para que la experiencia de escribir un libro haya merecido la pena. Y me es indiferente que ese lector sea un romántico empedernido que quiere conocer a fondo a la autora o un indiferente que busca contenido sin reparar en los detalles que lo rodean.
No me importa porque, aunque el lector no se fije en cómo me llamo ni lo retenga, ya sólo por el hecho de haber recibido mi mensaje ya me empieza a conocer y ha establecido una relación conmigo. “Lo que pasa en las Vegas, se queda en las Vegas” es el pacto no escrito de quienes se entregan al desenfreno en este lugar. En la literatura sin embargo no ocurre lo mismo. Si un libro te deja un poso no será tan sencillo desprendérselo. Ahí queda. La literatura no admite del todo esas relaciones de sólo una noche entonces.
Soy de lo más reservada y mi círculo social es diminuto, pero aún así siempre incluyo en mis libros una breve biografía para los lectores que tengan una curiosidad en saber como soy. De todos modos, a veces no hace falta siquiera una tarjeta de presentación porque de la lectura se deducen los rasgos de personalidad de quien escribe, como un libro abierto.
Quizá internet ha vuelto la literatura más impersonal en este sentido de leer en digital pasando por alto esas tarjetas de presentación y biografías que incluyen los libros, pero no falta el frenesí. En las redes abundan los lectores empedernidos que se leen un libro tras otro a través de su pantalla. No es tan romántico como el papel, pero a pesar de ello la literatura mantiene su chispa mientras se pasan las páginas.
Por Alicia Cofres, fundadora de Clickteratura