Miedo me da
Presumo de ser una autora todo terreno. He escrito novelas, relatos de ciencia-ficción, libros motivacionales, romántica, pero también reconozco mis limitaciones y hay un género con el que no me atrevo, ante el que me rindo, porque no me veo capaz de lograrlo por mucho que me esforzara. Ese género es el terror.
La literatura a fin de cuentas va de generar emociones y el miedo es una de las más difíciles de ilusionar y cada vez más. El miedo es una emoción que está relacionada con el peligro, algo así como un molesto piloto rojo que se enciende en nuestro interior cuando corremos el riesgo de sufrir. Ese piloto por supuesto tiene un diseño muy particular dependiento de cada persona. El mío, como tiendo a ser bastante miedosa, creo que se enciende a menudo, pero cada persona es un mundo y en los más valientes casi siempre permanece apagado como si tal cosa.
Encender esa lucecita del miedo a través de unas páginas está al alcance de muy pocos, dotados con un talento especial para generar una atmósfera en la que se transmite ese peligro con tanta viveza que el lector se lo cree.
El terror es un género muy exigente que deja en evidencia a quienes lo cultivan sin acierto. Un relato de terror fallido en vez de desatar miedo causará hasta el efecto contraproducente de hacer gracia. El tierra trágame de un director de cine que asiste a la proyección de una de sus películas al observar que los espectadores en la escena en la que deberían estremecerse o retrepar incómodos en la butaca sueltan una carcajada que hace fracasar su guión.
Al apasionado del género de terror le encantan las emociones fuertes. Es lo que busca. Quiere experimentar ese miedo controlado del que disfruta como si estuviera en una montaña rusa. Goza de las sensaciones que sacude su cuerpo. Lo pasa fatal y genial a la vez. Sufre gozando. Goza sufriendo. Es un lector muy instintivo ante el que no valen las medias tintas. O siente miedo o te rechaza por no haber satisfecho sus expectativas de aterrorizarse.
Si fallas en el género de terror hasta queda algo ridículo. Pienso en esa escena tan de película en la que aparece un campamento de noche, en medio del bosque, donde quien cuenta una historias de miedo mietras tanto se enfoca la cara con una linterna envuelto en la oscuridad para causar más efecto. Estar rodeado de la oscuridad, enfocado por la linterna, ayuda a crear una atmósfera pero eso no basta para que cunda el terror en el campamento.
Además tampoco me atrevo con el terror porque el público ha desarrollado una tolerancia creciente al miedo y cada vez es menos impresionable. Está tan bombardeado por tantas imágenes horribles y noticias espantosas que ese piloto rojo del que hablaba antes casi está a punto de fundirse por haberse encendido demasiado. La sobreexposición a la catástrofe ha sensibilizado al público. A eso súmale el estado de alerta permanente que propician las autoridades para tratar de someter a la población. Basta con seguir el parte meteorológico para que te abrumen con alertas de todos los colores que te quitan las ganas de salir de casa.
Esa reticencia que tengo a probar el terror hace que admire todavía más a los autores que han dominado este género y saben explotarlo. Escritores que pulsan el botón tan rebuscado que enciende ese piloto rojo del miedo. H.P. Lovecraft, Stephen King... Enorme su mérito por conseguir ese efecto. Aunque el miedo también caduca y lo que antes causaba escalofríos ahora te deja como estaba, porque los miedos cambian y se transforman a medida que maduramos y en función del desarrollo de la propia sociedad en la que nos ha tocado vivir. No doy ningún miedo, en definitiva, eso se lo dejo a otros a quienes se les da muchísimo mejor.
Por Alicia Cofres, fundadora de Clickteratura