Palabrotas
Fina que es una, no suelto demasiadas palabrotas, pero reconozco su efectividad. Son como un rodeo para expresar una emoción negativa sin preocuparse de elegir lo que vas a decir. Funcionan algo así como comodines para transmitir esa irritación.
Un buen amigo, periodista, acudió hace años a una conferencia con Arturo Pérez Reverte. A mí amigo le llamaban mucho la atención las palabrotas con las que aderezaba sus artículos que leía en prensa. Al final de su conferencia tuvo la oportunidad de acercarse a su lado. Con una papeleta en la mano le pidió un autógrafo, pero no uno cualquiera. Mi amigo le hizo un comentario sobre el uso de palabrotas en sus artículos y le pidió que si era tan amable de incluir una palabrota en su dedicatoria para hacerla especial. Pérez Reverte, extremadamente educado, no accedió a esa petición. Mi amigo se llevó un autógrafo, eso sí, sin palabrota y la impresión de que en las distancias cortas Pérez Reverte es muy cortés.
Me acordaba de este amigo a raíz de una escritora que en Twitter pedía consejo sobre la conveniencia de usar palabrotas en sus textos.
Mal consejo sería convencerle de que se abstuviera de usar las palabrotas bajo ningún concepto. Las palabrotas, por mal sonantes o feas que sean, forman parte del rico arsenal que el español nos pone en bandeja para expresarnos y funcionan, bien utilizadas, como un recurso literario eficaz. El problema está en que es un recurso para usar con cuidado. Mejor manejar estas palabras con pinzas para no caer en la grosería y estropear un texto.
Escritores de primer orden, como mi admirado Irvine Welsh, manejan con maestría las palabrotas, en abundancia, para ambientar sus libros y caracterizar sus personajes. A un joven desorientado de clase baja que se sumerge en las drogas para soportar una realidad desconcertante en la que se siente fuera de lugar es fácil que le vengan a la boca palabrotas. Bienvenidas sean entonces a las páginas si ayudan a darle naturalidad.
La clave está en que esas palabrotas surjan con esa espontaneidad con las que las proferimos en la vida real cuando nos salen de dentro y demostramos, aunque sea en un instante fugaz, que no nos mordemos la lengua.
Las palabrotas funcionan de maravilla además para generar efectos grotescos, distorsionando la realidad, atribuyendo a un personaje un registro lingüístico que no le encaja, rompiendo en mil pedazos un estereotipo. “Cojones -por ejemplo-, dijo la marquesa”. Algo así, pero al revés, como cuando se opta por poner en boca de un niño un razonamiento propio de una persona muy madura, curtida por los años, que está fuera de su alcance hasta que tiene experiencia.
En cambio, las palabras soeces me horrorizan cuando se introducen con calzador, sin soltura, para fingir una espontaneidad de la que se carece o con una actitud condescendiente, empleándolas para dirigirse a un público que se considera inferior o menos cultivado. La publicidad para mí es una forma de literatura y hace bien poco una notica se hacía eco de un partido político que colgó una lona enorme con el lema “Madrid es la hostia”. A eso me refiero. Vade retro. A partidos que tratan así al electorado más le valdría lavarse la boca.
Es fascinante además cómo las palabrotas esconden muchas interioridades sobre los hablantes de una lengua, su escala de valores y la sociedad en la que expresan. No es casualidad que muchos tacos españoles giren sobre la religión -blasfemias-, la familia y el sexo. Las palabrotas juegan con esos valores, tratando de herir la sensibilidad, apelando a valores que consideramos sagrados.
Como los valores se transforman, los tacos también. Unos hasta pasan de moda y otros se vuelven tendencia en las nuevas generaciones. Me doy cuenta de que ya no soy joven cuando escucho a la muchachada de ahora usar la palabra “puto” constantemente, pero con un sentido distinto al de mi generación. Ahora "puto" viene a ser una especie de prefijo aumentativo que los jóvenes derrochan. Están puto-bien, puto-mal, Una peli es puto fantástica o puto aburrida, etc... A mí esas expresiones me pillan muy mayor. Hasta las palabrotas caducan.
Mi consejo para esa escritora preocupada por el uso de palabrotas en su literatura viene a ser que los tacos son un recurso como cualquier otro, pero que ha de ser empleado con más precaución, como un explosivo altamente inestable que te puede explotar entre las manos. Vale la advertencia que se suele lanzar a los críos cuando se les va la lengua: modera tu lenguaje.
Por Alicia Cofres, fundadora de Clickteratura