Retrato robot de un lector
En cuanto entras al mercado editorial te das cuenta de lo complicado que es y el mérito que tiene vender un solo libro, toda una proeza. Cada venta, una sola venta, es un triunfo que se saborea al máximo por todo el trabajo y sacrificio que ha conllevado. Por detrás de cada venta hay una estrategia.
Lo bueno de autopublicar es que te convierte en una mujer orquesta que tiene que ocuparse de todo lo que implica lanzar un libro al mercado. Poner el punto final es en realidad el principio de una gran empresa en la que tienes que pensar en los detalles para vender.
No soy, ni de lejos, una de esas escritoras que veneran los libros como si fuesen un objeto sagrado. La literatura es un arte y tiene valor, pero para mí un libro es un producto más en el mercado que está sujeto a la mano invisible que maneja la economía y que no está al margen de la oferta y la demanda. Y los que sí veneran los libros como si fuesen una reliquia tal vez se escandalicen porque pienso que, salvando las distancias, existen técnicas de venta para una novela que no son muy distintas que las que funcionan para una lavadora o un paquete de salchicas. Es el mercado.
Los escritores más exitosos quizás pueden permitirse el lujo de desentenderse de todos estos esfuerzos que hay que hacer para vender un libro y, aunque sus ingresos dependan de ello, el marketing no les quitará el sueño. A mí sí.
Marketing no es, como popularmente a veces se entiende, reduciéndolo, la propaganda y la publicidad para conocer un producto, en este caso un libro. Es un concepto mucho más amplio, muchísimo más. El marketing es toda una estrategia que se plantea antes incluso de empezar a escribir, cuando la primera página esta en blanco, intentando definir quien soy como escritora y quienes podrían estar interesados en leerme. Es hacer un ejercicio de introspección, de autocrítica sana y constructiva, y descubrir cuáles son mis fortalezas, cuáles son mis debilidades, que oportunidades existen en el mercado y qué acciones puedo emprender para aprovecharlas. El marketing engloba todo eso, empapando todo el proceso creativo antes incluso de empezar a escribir la primera letra.
No me quejo. El marketing es tan apasionante como la literatura y también es creativo. Es más, están ligados, entrelazados, son una misma cosa. Pues bien, en todo este proceso de marketing una de las tareas consiste en imaginarse con la mayor precisión posible quién será tu lector. Cuanto más precisa sea la imaginación más encaminada será el marketing alrededor de un libro. Es algo asi como hacer un retrato robot de tu lector.
Necesitas ese retrato robot para planear tus campañas publicitarias y que los anuncios lleguen a las personas apropiadas. Lo que ocurre es que trazar ese retrato robot es de lo más difícil y muchas veces, al menos a mí me ha pasado, quien me lee no es como creo.
Es muy placentero publicar un libro y detenerse a pensar en quién te leerá. ¿Cómo será? ¿Me leerán más hombres que mujeres? ¿Qué edad tendrá ese lector? ¿A qué se dedica? ¿Cuáles son sus escritores favoritos? ¿Qué otros gustos tiene? Son preguntas muy útiles para elaborar ese retrato robot. Acertar con ese retrato robot es la clave del éxito.
Ese retrato robot permite determinar tu target, el destinatario de tus anuncios. En la era de internet, incluso para una campaña modesta, el público potencial es gigantesco y es preciso trocearlo, segmentarlo, para descartar a quien no se ajusta a tu retrato robot y enfocarse en quien sí.
En esto, como en todo, se aprende mediante el ensayo y el error. A medida que ganas experiencia vas descubriendo poco a poco cómo segmentar tu público y buscar lectores donde más probabilides existen de que se encuentren.
Lo maravilloso es que el retrato robot de tus lectores no tiene por qué parecerse a tí. La literatura es como el amor y conecta a veces a un escritor con lectores opuestos. Es la química de las letras. Reacciona.