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Un psiquiatra
para escritores

No hay dos escritores iguales, cada uno es de su padre y de su madre, con sus propias particularidades y rasgos que lo hacen único. Ahí está la gracia de la literatura, que resalta esos rasgos que hacen único a cada ser humano y a la vez expone esa esencia que comparten todas las personas con independencia de su condición.

Imagino un psiquiatra que tomara la decisión de especializarse en atender a pacientes dedicados a la literatura, sin importar el género o el formato. Novelistas, poetas, dramaturgos, lo que fuese, pero como condición indispensable para entrar a sus consulta que se dediquen a la literatura.
Sus consultas se quedarían por supuesto dentro de la más absoluta confidencialidad que obliga al médico, pero apuesto a que después de una larga temporada al repasar los casos que han pasado por sus manos muchos se repetirían con una sospechosa frecuencia. Inquietudes que tocan la fibra sensible y que condujeron a pedirle cita para buscar un alivio.

 

¿Por qué mis libros no se venden?

 

El psiquiatra se hartaría de escuchar esa pregunta que le haría dudar de si el paciente se encuentra en el lugar adecuado. Es un psiquiatra, no un experto en marketing ni un contable. Ninguna terapia ni pastilla va a hacer que esos libros se vendan como la espuma.

Es más, el psiquiatra seguro que también ha probado suerte con la literatura y tiene unos cuantos títulos, ensayos y ficción, que infelizmente no aparecen ni de lejos entre la lista de los más vendidos de la librería o incluso han sido descatalogados.

Lo fácil sería acabar en ese momento la consulta, pero el psiquiatra sabe que esa pregunta sólo es la punta del icerberg bajo el que se puede esconder un auténtico caso clínico digno de su atención. Entonces le toca poner a su paciente incómodo haciendo preguntas para profundizar en lo que le preocupa para detectar síntomas. Pasa a interrogarlo para concoer qué clase de libro ha escrito, qué ha hecho para venderlo y que expectativas de éxito tenía.

El escritor-paciente empieza a incomodarse.

Resulta que, tirando del hilo, apenas ha hecho un mínimo esfuerzo para dar a conocer su libro, dando por sentado que el público lo conoce y saldrá a comprarlo como pan caliente. No ha organizado una presentación para lectores en ningún foro, tampoco ha charlado con libreros de su barrio. Es más, ni siquiera ha tenido el detalle de llevar al doctor un ejemplar firmado. El psiquiatra no deja de tomar nota, pero observa que las meras preguntas ya hacen un efecto sanador. El escritor empieza a abrir los ojos y darse cuenta de que no es casualidad que su título no se haya vendido.

Cuando el escritor salga de la consulta cambiará de actitud y será más agresivo en su estrategia comercial.

El psiquiatra no se contenta con ello y quiere algo más. Intenta descartar un cuadro que suele llevar aparejado el fracaso en la literatura y es el narcisismo, el ego desmedido. La pregunta que hace para evaluarlo es muy abierta pero contundente:

 

¿Por qué escribiste el libro?

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Lo que parece una pregunta fácil de contestar, pan comido, se vuelve muy compleja y nada más hacerla un incómodo silencio muy espeso ocupa toda la consulta. El escritor se revuelve en su asiento y deja los ojos en blanco, buscando una respuesta. No hay respuestas buenas o malas, sólo las hay sinceras sinceras o no tan sinceras.

Si el silencio se prolonga durante mucho tiempo el psiquiatra cambiará de tema para no causar ansiedad al paciente pero sabe que esa pregunta resonará en su conciencia todavía más hasta que aflore una respuesta interior. Eso es lo que busca. Que el paciente sea sincero consigo mismo al menos.

La literatura, aunque se ejerza en la más absoluta soledad, es un ejercicio de generosidad que consiste en comunicar, en compartir un mensaje. Cualquier libro que no haya surgido de esa vocación de compartir está condenado al fracaso. Por eso el psiquiatra hace la pregunta. Pretende que el escritor que acude a sus servicios se desengañe si su intención al publicar no era esa.

Las apariencias -el psiquiatra bien lo sabe- engañan. Que la literatura sea compartir no significa que no haya escritores presumidos, vanidosos. Claro que los hay, pero la realidad es que el autor ha de desvincularse de su obra, y obras que son un gesto de generosidad pueden surgir de una mente egoísta. Esa es la magia de la literatura también. Es como un artefacto con vida propia e independiente de quien la ha parido.

Después de atender a unos cuantos pacientes el psiquiatra se daría cuenta de que en muchos de ellos se repite una inseguridad en cuanto a su propia condición de escritor. Es el famoso síndrome del impostor. Se ha endiosado tanto a los escritores a lo largo de la historia que muchos de ellos no se sienten a gusto si se definen como uno de ellos.

El endiosamiento de los escritores ha provocado que muchos narcisistas se lancen a publicar un título, pero la literatura los pone en su sitio. Ojo, la literatura, no el mercado. La condición de escritor no depende de los ejemplares vendidos, afortunadamente.

 

¿Soy un escritor?

 

El psiquiatra también está acostumbrado a esta pregunta de pacientes que dudan de su identidad de escritores. Esa crisis de identidad ha sido propiciada por el endiosamiento histórico del escritor. El psiquiatra le aclara que él no es nadie para decir si es un escritor o deja de serlo porque la respuesta ha de surgir también de su interior. De todos modos, por si le sirve de alivio, le aclara que si no fuese un escritor no le habría admitido en su consulta especializada en escritores. Algo es algo.


 Por Alicia Cofres,‭ ‬fundadora de Clickteratura

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